¡Por fin es verano! Ya han empezado las vacaciones, y esta vez las vas a pasar en Irlanda, la “isla verde”. Hace mucho tiempo que sueñas con dedicar un par de semanas a explorar sus fantásticos parajes y a recorrer la isla de arriba a abajo. Ahora, por fin, ha llegado el momento.
Tu ruta surca un precioso paisaje de suaves colinas verdes y escarpados acantilados, y atraviesa praderas inmensas y bosques profundos. ¡Pura naturaleza! Es una verdadera maravilla. En estos momentos estás paseando por un bosque soberbio, poblado de árboles centenarios. El ambiente es realmente mágico. Hace mucho calor, y el aire está cargado de fragancias desconocidas. De repente, tienes la impresión de que los árboles se giran hacia ti y te observan. Oyes pasos, ruidos y murmullos por todas partes, y te invade la sensación de que no son solo animales.


Por fin llegas a la linde del bosque. Desde lejos te llama la atención una gran piedra sobre la que hay algo posado. Te acercas a ella con sigilo. El ser que se encuentra sentado en la piedra es un pequeño duende que parece estar disfrutando de la paz del bosque. Es del tamaño de tu mochila, lleva una chaqueta verde y un sombrero puntiagudo del mismo color. Es justo como te imaginabas a los duendes de los cuentos. De pronto te mira, con un brillo especial en los ojos. No sin cierto reparo, lo saludas: “Buenos días, señor duende”.
El duende se sobresalta, pierde el equilibrio, se cae hacia atrás y aterriza en el suelo. Acudes enseguida en su ayuda y lo sientas otra vez en la piedra. Por su mirada, parece que está estupefacto. Con los ojos abiertos como platos, te mira y dice, tartamudeando: “Pe-pero… ¿es que me ves?”.
“Sí”, le contestas, “te veo perfectamente”.
El duende aparta la vista, angustiado. Cabizbajo, murmura para sus adentros: “Entonces es cierto ese rumor que circula por el bosque últimamente”.
“¿A qué rumor te refieres”, le preguntas, con curiosidad.
El duende vuelve a sobresaltarse y te mira, incrédulo y muy enfadado. “¿Que qué rumor, preguntas? ¡¿Que qué rumor?! ¡Pues un rumor, ni más ni menos! Por cierto, ¿cómo te atreves a asustarme así? Y, encima, ¡dos veces! ¿Quién eres? ¿Por qué crees que iba a contarte estas cosas precisamente a ti? A un humano normal y corriente que no pinta nada en este bosque. ¿Por qué no os quedáis en vuestras ciudades y dejáis en paz a las criaturas del bosque?”.
“Bueno, antes de nada, perdone que le haya asustado, señor duende. No era mi intención. He venido porque no aguanto más en la ciudad y también necesito un poco de paz. Y, además, ¡no puedo resistir la curiosidad!”

“¿Qué curiosidad?”
“Bueno, me encantaría que me revelara ese rumor. A eso me refiero, cuando digo que me corroe la curiosidad”.
“Mmm, ya veo…”. El duende se queda unos momentos interminables mirándote fijamente y al final, con talante reflexivo, dice:
“Bueno, creo que para ser humano no eres mala persona. Uno de los pocos de tu especie, me imagino. De acuerdo, te lo voy a explicar”.
Enmudece unos instantes, mientras pierde la vista en el infinito.
“Me llamo Andjar. Soy un duende, hijo del gran Schurell. Vivo en este magnífico bosque desde hace cientos de años.
Pero últimamente están pasando cosas muy raras; los habitantes del bosque están muy preocupados. Se dice que el cristal protector Envir ha perdido sus poderes”.
“¿Y eso es malo?”, preguntas, inocentemente.
“¿Que si es malo? ¿Que si es MALO?”, exclama el duende. “Malo no, ¡terrible! ¡Todo el mundo mágico está en peligro!”.
Miras al duende, con expresión interrogante.
“Escucha bien: Envir, el cristal protector, resguarda el mundo mágico del mundo real, donde vives tú. Estamos a salvo de vosotros porque el cristal nos hace invisibles: no podéis ver nuestro mundo mágico”.
“Pero ¿qué ocurriría si pudiéramos veros, a vosotros y a vuestro mundo? ¡A mí me parecería estupendo! ¿Pasaría algo?”.
“Bueno, una persona como tú no pondría en peligro nuestro mundo. Hasta me da la sensación de que nos llevaríamos bien y podríamos enseñarnos cosas mutuamente. El problema es que no todos los humanos son como tú. La mayoría se ha olvidado de vivir en armonía con la naturaleza. Casi nadie sabe disfrutarla, ni es consciente de lo fabuloso que es este planeta, ni se para a gozar de la calma que se siente descansando un rato sobre una roca, en el margen del bosque”. Con una mirada irónica, añade: “Siempre y cuando no venga alguien a molestarte, claro”.

“En lugar de todo esto, los habitantes de tu mundo se dedican a comprarse cosas para sentirse satisfechos. Cosas ruidosas, apestosas y perjudiciales para la naturaleza. Los habitantes de tu mundo nos tendrían miedo. Tendrían miedo de que os quitáramos algo, y eso acabaría creando odio y rencor. Al final, estallaría una guerra entre los dos mundos. No hay vuelta de hoja: tu mundo no está preparado para encontrarse con el nuestro”.
“¿Y cómo puede recuperar sus poderes Eivar?”.
“Se llama ENVIR, madre mía, ¡a ver si escuchas! El poder mágico de Envir procede de los tres cristales elementales que crearon en su día las tres Eternidades”.
“¿Las tres Eternidades?”.
“Sí, las tres Eternidades. Son las madres de tres mundos. Wilbeth, la Madre Sol. Ambeth, la Madre Luna, y Borbeth, la Madre Tierra.
Wilbeth creó el cristal Sulis con los rayos del sol. Ambeth construyó el cristal Litha con flores de luna árticas, y Borbeth usó la fuerza terrestre para formar el cristal Amind.
Los tres cristales elementales juntos otorgan a Envir el poder necesario para hacer que el mundo mágico sea invisible a los ojos humanos.


Pero este poder se desvanece con el tiempo, y por eso hay que volver a juntar los tres cristales. El problema es que son muy poderosos y, si se usan mal, pueden tener consecuencias catastróficas. Por eso, desde hace miles de años los cristales elementales están ocultos en lugares secretos, custodiados por tres guardianes. Los guardianes solo entregarán sus cristales si la persona que los reclama demuestra ser digna de ellos”.
“¿Y dónde están esos lugares secretos? ¿Están por aquí cerca?”, exclamas, expectante.
“¿Por qué quieres saberlo? ¿No querrás ponerte en camino y pedirles los cristales a los guardianes?”, repone el duende, entre risas.
“Bueno, ¿por qué no? Me apetecería un montón lanzarme a la aventura. No se pierde nada con intentarlo”.
“Sí, claro”, exclama el duende, enojado. “Mira por dónde, a este humano le apetece entretenerse un ratito ayudándome. Una actitud muy seria, ya veo. Pero tranquilos, que no pasa nada… Solo es cuestión de vida o muerte para el mundo mágico. ¡Si empiezas así no llegarás muy lejos!”

“No quería decir eso”, dices, disculpándote. “Aunque no te conozco bien, ni a ti ni a tu mundo mágico, me gustaría ayudarte y traer los cristales. Pero no sé dónde ni cómo empezar”.
El duende te mira fijamente y, tras unos segundos, acaba asintiendo. Con semblante serio, saca del bolsillo un objeto envuelto en un paño. Parece un telescopio, ancho y pequeño. Lo pone en tus manos, solemnemente.
“Para salvar a mi mundo, tienes que reunir los tres cristales elementales. Para eso tienes que viajar hasta los tres lugares secretos y convencer a los guardianes para que te entreguen los cristales. Cada guardián te pondrá una prueba. Tienes que encontrar las runas que corresponden a cada cristal, o sea, los símbolos de un antiguo alfabeto, y juntarlas. Mira atentamente a tu alrededor, descubre los detalles significativos y resuelve los acertijos. Solo los humanos más sabios y tenaces serán capaces de cumplir con esas tareas y romper el hechizo. Aunque, en realidad, dudo mucho que un humano consiga encontrar esos símbolos. Lo malo es que no se me ocurre otra manera de ayudar a restablecer los poderes de Envir. Por eso te he dado este instrumento, que te ayudará a llegar hasta los cristales.
Concéntrate, despeja tu mente, aplica todo tu ingenio e imaginación e intenta identificarte con los tres elementos: sol, luna y tierra. Hecho esto, mira por el telescopio y distinguirás el lugar secreto. Cumple las tareas que te planteen los guardianes y regresa con los cristales. Espero que no fracases, porque mi mundo entero está en juego”.
¡Empieza tu misión! Concéntrate y haz acopio de todas tus fuerzas…
